sábado, 29 de marzo de 2014

Hellifornia.

No es verano. Te sientas sobre el capó del Montecarlo del 64 de tu colega, miras y admiras como el sol se pierde entre dos montes, más allá de la larga autopista que recorréis. Cruzas tus brazos arrugando la camiseta de tirantes gris y teniendo cuidado que tus amarillentos dedos, índice y corazón, no suelten la colilla que no acabas. Ajustas tus gafas y miras hacia arriba: ni una sola nube, será una noche estrellada. Una pena que no tengas ni puta idea de astronomía.
Da igual, te inventas historias enlazando  astros como te apetece. Unos se ríen, se escucha a una pareja gemir, otros beben de la botella de vodka que deja ver su etiqueta azul, gracias al fuego que encendisteis hace 37 minutos.  Los grillos parece que se alegran de vuestra presencia.
Echas una piedra al lago que comparte brisa con vosotros. Pega tres saltos y te quedas varado como una saeta en un patio ajeno, admirando como divagan las olas bajo las luces que columpian la noche.
Cierras los ojos y comprendes que eres una ola más, rompiendo en un mar que la luna marea a su semejanza.
Y las olas rompen en un suspiro por alcanzar la arena cuando la marea no permite cubrirla.

martes, 25 de marzo de 2014

Entropía.

Incierta primavera,
brisa intracorpórea
que habla de postdatas,
néctar de un breve susurro al olvido.

Río que enerva hasta a minerva,
despliega fuerzas en noches
que su corriente lo ausenta.

Casiopea de día, vacío tras vender al sol.
Luz al comienzo del túnel, camino de eco andante

que se aleja

al pasar.